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BREVE DESCRIPCIÓN DEL CONTEXTO SINDICAL EN ESPAÑA

La tasa de afiliación sindical en España se halla en torno al 20 por ciento. Sin embargo, en la medida en que juegan un papel muy destacado en la negociación colectiva, su representatividad es mayor. En efecto, la tasa de cobertura de los convenios se sitúa en torno al 90 por ciento de los trabajadores y las trabajadoras. Dado que los convenios protegen por igual a los trabajadores y a las trabajadoras, independientemente de que estén afiliados o no, la representatividad de los sindicatos es mayor.

El modelo sindical español se basa en un duopolio imperfecto de representación. Esto significa que dos grandes organizaciones sindicales –Comisiones Obreras (CCOO) y Unión General de Trabajadores (UGT)- cuentan con el mayor número de representantes de los trabajadores y trabajadoras en las empresas a nivel nacional. Estos representantes se eligen en las empresas que cuentan al menos con 6 personas empleadas. El duopolio de representación es imperfecto debido a que en Galicia y el País Vasco existen formaciones sindicales de carácter nacionalista que disputan la hegemonía a CCOO y UGT. En el primer caso se trata de CIG (Confederación Intersindical Galega) y en el caso vasco de las centrales ELA (Eusko Langileen Alkartasuna) y LAB (Langile Abertzaleen Batzordeak).

Comisiones Obreras es el sindicato más representativo en España, por su mayor número de representantes elegidos en las empresas, así por la cantidad de personas afiliadas, que se sitúa en torno a un millón.

En España los sindicatos han de hacer frente, por un lado al auge de la extrema derecha y a la defensa e la democracia. En segundo lugar, aunque el desempleo se ha reducido y el salario mínimo se ha incrementado, todavía es necesaria una lucha por el empleo y el salario y en contra de la desigualdad social que es muy acusada en España.

El nacimiento del sindicalismo español en el siglo XIX (1868-1931)

Contribución de Enrique Antuña

La historia del sindicalismo en España hunde sus raíces en las décadas centrales del siglo XIX. Para entonces, los levantamientos populares, que en Europa venían respondiendo usualmente a la forma del motín de subsistencia, espontáneos y efímeros, habían ido siendo sustituidos por movimientos más organizados y dotados de tintes políticos.

Los primeros años setenta de la centuria fueron especialmente importantes. En La Haya y Saint-Imier, en el seno de la Asociación Internacional de Trabajadores, Karl Marx y Mijail Bakunin protagonizaron la ruptura del todavía joven esfuerzo asociacionista supranacional. El resultado fue favorable a los marxistas, pero los ecos del choque dialéctico alcanzaron las fábricas y talleres ibéricos con fuerza y un resultado distinto. Casi todos los miembros de la Federación Regional Española de la AIT se alinearon con Bakunin, sentando las bases para una presencia y crecimiento del anarquismo entre el proletariado español en las últimas décadas del siglo y primeras del siguiente.

El florecimiento del obrerismo como preocupación política había empezado tan solo unos años atrás, gracias al clima propiciado por la Revolución de 1868, que puso a la monarquía borbónica en un impasse, el llamado Sexenio Democrático. Precisamente en aquel año, Giuseppe Fanelli, un seguidor italiano de Bakunin, llegó a Barcelona y sentó las bases para la próxima expansión de las ideas libertarias en el país. El cooperativismo y la huelga como estrategias reivindicativas se abrieron hueco entre la población trabajadora, como lo hicieron nombres como Anselmo Lorenzo o Pablo Alsina, este último un obrero textil republicano considerado el primer representante obrero en el parlamento español.

El fin del Sexenio condujo a una dura represión militar y una subsecuente reorganización clandestina de las posiciones anarquistas, con nuevos grupos y ramas ideológicas pugnando por mantener la estructura organizativa de la Federación. Huelgas y represiones se sucedieron, y la violencia ocupó su lugar en un país en el que las condiciones laborales insalubres y duras en exceso se mantenían por todas partes, tanto en entornos fabriles como en los agrícolas de los grandes latifundios del sur. Las autoridades pronto buscaron sacar partido del incremento de la conflictividad obrerista, y dieron publicidad a supuestos grupos terroristas de filiación socialista o anarquista, como Mano Negra, cuyas acciones e incluso existencia resultan difíciles de determinar.

No todo fue retroceso, sin embargo. Aquellos años interseculares lo fueron también de profundización ideológica y conceptual. En Francia, el primero republicano, después socialista y finalmente anarquista Fernande Pelloutier renovaba y daba impulso al concepto de bolsas de trabajo, como herramienta clave para una todavía hipotética autosuficiencia obrera independiente del Estado. Nuevos recursos fueron incorporados al arsenal combativo, como las cajas de solidaridad para mujeres embarazadas, viudas o trabajadores enfermos, creándose formas de sostener esfuerzos reivindicativos prolongados y, especialmente, de mantener éstos libres de la dependencia de partidos políticos.

Con ese bagaje, propio o importado, los anarquistas españoles se reorganizaron en nuevas entidades más fuertes y estables, como Solidad Obrera, creada en 1907 y semilla de la futura Confederación Nacional del Trabajo. La CNT se formó en Barcelona en 1910, y constituyó una forma ya pulida de comprensión y práctica de la movilización obrera que continuaría desarrollándose hasta la actualidad.

Al mismo tiempo, el crecimiento organizativo era difícil de compatibilizar con la unidad y la estabilidad. El movimiento obrero anarquista español experimentó importantes divergencias hacia el final del siglo XIX, y los sucesivos intentos de crear (y sobre todo mantener) formas nuevas y estables de movilización no lograrían consolidarse por el momento.

En lo que respecta a los marxistas, a pesar de su posición inicialmente poco favorable en España tras la fractura de la Internacional, no renunciarían a su lugar en la historia temprana del sindicalismo. Sus militantes no eran muy numerosos, pero sí avezados, y contaban con el apoyo de figuras de la talla de Laura, la hija de Marx, y su esposo el también destacado socialista Paul Lafargue. La pareja se había trasladado a España tras el fracaso de la Comuna de París, en 1871, entrando allí en contacto con delegados locales de la Internacional. Uno de ellos era Pablo Iglesias Posse, obrero tipógrafo que se convertiría en fundador del Partido Socialista Obrero Español, en 1879. Casi una década más tarde, en 1888, sería creada la Unión General de Trabajadores, llamada a convertirse en principal estructura de movilización obrera del socialismo español hasta el desencadenamiento de la Guerra Civil.

Reposando principalmente sobre esas dos grandes corrientes, el sindicalismo español libró numerosas batallas en las postrimerías del viejo siglo y los comienzos del nuevo, arriesgando y perdiendo mucho, pero también obteniendo resonantes victorias. Probablemente la principal de ellas sea la que tuvo lugar en torno a la Barcelona Traction, Light and Power Company, compañía eléctrica mejor conocida como «La Canadiense». Protagonizada por la CNT y propagada a otros sectores, la huelga se prolongó por más de cuarenta días, que culminaron en el reconocimiento de la jornada laboral de ocho horas, así como en el reconocimiento de facto de la organización anarquista y en general del movimiento obrero como una gran fuerza de movilización social.

En los años veinte, el agotamiento de un sistema político que se venía basando desde finales del XIX en el «turnismo», o alternancia de los principales partidos, liberal y conservador, condujo a la instauración de una dictadura militar con Miguel Primo de Rivera a la cabeza. No sin dudas y división interna, los socialistas pusieron en práctica una estrategia de colaboración con el régimen, con el objeto de aprovechar para obtener mejoras para la población trabajadora desde instituciones clave como el Consejo Superior del Trabajo. Al final de la década, sin embargo, la dictadura enfrentó su propio deterioro, y UGT le dio la espalda con la reanudación de nuevas movilizaciones reivindicativas.

El punto de inflexión de la Segunda República y la Guerra Civil (1931-1939)

Contribución de Enrique Antuña

La proclamación de la Segunda República en 1931 inauguró una nueva, si bien breve, era para el sindicalismo español. El texto constitucional promulgado ese mismo año definía el país como «una República democrática de trabajadores de toda clase». Tal premisa insufló altas expectativas en la población trabajadora, y fue apoyada por dos años de gobierno de republicanos de izquierdas y socialistas. Sin embargo, la coincidencia del nuevo régimen con los efectos internacionales de la Gran Depresión, su falta de solidez y la victoria de las derechas en las elecciones de 1933 malogró las medidas de modernización política y social acometidas en los primeros años.

El sindicalismo clásico protagonizado por socialistas, anarquistas y, en menor medida debido a su escasa implantación en el país, comunistas, chocó con tentativas desde la derecha de atraer a estudiantes y trabajadores a posiciones reivindicativas alternativas. La fusión de grupos menores en torno a Falange Española dio a España su propia versión de un «nacionalsindicalismo» con ecos de Francia y la Italia fascista. El choque de ambas alas del espectro político en su vertiente sindicalista ahondó el radicalismo e intensificó la violencia en las calles, donde las armas tomaron centenares de vidas en los pocos años que precedieron a la guerra civil.

En el verano de 1936, un intento fallido de golpe de Estado instigado por sectores del Ejército y apoyado por parte de la población y la Iglesia católica partió el país en dos. Los sindicatos de izquierdas, si bien bastante críticos con él en los tiempos precedentes, permanecieron junto al gobierno republicano. Las autoridades desconfiaban del Ejército tras el alzamiento y, dado que parte de él se había unido al enemigo, entregaron armas por medio de los sindicatos a los trabajadores para la defensa de la República en el conflicto en ciernes. Como resultado, algunas regiones de España se convirtieron en breves pero intensos laboratorios de la revolución social, especialmente aquellas donde el anarcosindicalismo de la CNT constituía la fuerza dominante y las instituciones gubernamentales eran más débiles. La colectivización de fábricas y explotaciones agrícolas, ahora dirigidas por sus trabajadores, fue una expresión de ese fenómeno.

El experimento no duró mucho, no obstante. En la primavera de 1939 la República y sus aliados fueron finalmente derrotados, y el general Francisco Franco inauguró una dictadura personal y de signo conservador que duraría casi cuarenta años.

El retroceso de la actividad sindical bajo el régimen de Franco (1939-1975)

Contribución de Enrique Antuña

La conclusión de la guerra civil consagró la ruptura del crecimiento sindical en España. La minoritaria Falange fue instrumentalizada por el nuevo régimen para el establecimiento de un sistema de partido único, y el nacionalsindicalismo se materializó en el llamado Sindicato Vertical, traducción de una unión orgánica y corporatista, de inspiración fascista, de obreros y empresarios. Las formas precedentes de actividad sindical fueron prohibidas.

Las fuerzas y estructuras operativas de la izquierda enfrentaron un rápido desmantelamiento y una cruda represión, quedando sus agentes y representantes supervivientes dispersos por el exilio europeo y americano. Solo con el transcurso de los años tendría lugar un discreto renacer de la conciencia obrerista en los resquicios del sistema. Con la UGT y la CNT virtualmente suprimidas, los estratos más bajos de la Iglesia católica sirvieron como espacio de encuentro entre la juventud y la clase trabajadora, bajo el paraguas de la conciencia social abierto por muchos sacerdotes, especialmente en los suburbios de los bullentes núcleos industriales. Allí, una nueva generación pudo leer y discutir teoría política y reflexionar acerca de su papel y función en la situación del país. Ese ambiente se tradujo en la expansión de organizaciones como la Juventud Obrera Cristiana, cuya fundación databa de los años veinte en Bélgica.

En los años centrales del siglo, la actividad ligada a las organizaciones religiosas y la aparición de nuevas, si bien en inicio discretas y siempre duramente castigadas, manifestaciones y huelgas anunció la supervivencia del espíritu reivindicativo entre la población española, especialmente la juventud trabajadora. En la primavera de 1962, una serie de huelgas iniciadas por los mineros asturianos y secundadas por obreros del País Vasco y Cataluña reveló que la represión no iba a ser suficiente para aliviar la conflictividad laboral a partir de entonces. Al contrario, ésta escaló a lo largo de la década siguiente, y hasta la muerte de Franco en 1975, continuando durante los complejos años de la transición a la democracia.

La reconstrucción del sindicalismo durante la Transición y sus retos actuales

Contribución de Enrique Antuña

La desaparición del general puso en marcha un cambio inevitable en el país, aunque no de inmediato. En 1977, cinco abogados laboralistas asociados al Partido Comunista y a Comisiones Obreras, el sindicato estructurado a partir de aquellos comités de trabajadores aparecidos a lo largo de las décadas precedentes, fueron asesinados por un comando terrorista de extrema derecha en Atocha, Madrid. El mismo año, las primeras elecciones generales libres desde la Segunda República tenían lugar en España.

En aquellos momentos críticos de incertidumbre y esperanza después de varias décadas de estancamiento político, con la legalización de partidos nuevos y viejos, una nueva constitución democrática que sería promulgada en 1978 y un sentimiento general de cambio, el embrión del sindicalismo español contemporáneo quedó establecido. Los socialistas del PSOE y UGT se consolidaron junto a las comunistas Comisiones Obreras como principales organizaciones de representación de los trabajadores. Hoy, cincuenta años después de la restauración de la democracia, ambas permanecen como las instituciones sindicales principales, enfrentando los problemas actuales del mercado laboral, así como el reto de conservar estructuras y mecánicas clásicas adaptándolas a las necesidades y expectativas de la población obrera contemporánea.

SOURCES AND WORKS FOR FURTHER STUDY

  • Alía Miranda, Francisco: La dictadura de Primo de Rivera (1923-1930): paradojas y contradicciones del nuevo régimen. La Catarata, 2023.
  • Calle Velasco, María Dolores de la; Redero San Román, Manuel (eds.): Movimientos sociales en la España del siglo XX. Ediciones Universidad de Salamanca, 2008.
  • Castillo, Santiago: Historia de la UGT. Vol. 1: un sindicalismo consciente, 1873-1914. Siglo XXI, 2008.
  • Casanova, Julián: De la calle al frente: el anarcosindicalismo en España (1931-1939).
  • Gil Pecharromán, Julio: Los años republicanos (1931-1936): reforma y reacción en España. Penguin Random House, 2023.
  • Gómez Roda, J. Alberto: Comisiones Obreras y represión franquista. València 1958-1972 Universitat de València, 2004.
  • Heywood, Paul: Marxism and the failure of organised Socialism in Spain, 1879-1936. Cambridge University Press 1990.
  • Ortiz Heras, Manuel; Ruiz González, David; Sánchez Sánchez, Isidro (coords.): Movimientos sociales y Estado en la España contemporánea. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2001.
  • Gabriel Sirvent, Pere: «Anarquismo y anarcosindicalismo en la España del siglo XIX», pp. 127-
  • Perfecto, Miguel Ángel: Las Derechas Radicales españolas en la época contemporánea (1800-1975). Su influencia en América Latina. Ediciones Universidad de Salamanca, 2021.
  • Redero San Román: Estudios de historia de la UGT, Ediciones Universidad de Salamanca, 1992.
  • Vadillo Muñoz, Julián: Historia de la CNT: utopía, pragmatismo y revolución. Catarata, 2019.
  • Vadillo Muñoz, Julián: Historia del movimiento libertario español: del franquismo a la democracia. Catarata, 2023.

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